日本 – Tokyo (1)

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Dice Manuel Vicent en su reciente libro “Viajes, fábulas y otras travesías”:

Hace años me propuse viajar a todas las ciudades que me sonaran bien al oído por muy alejadas y secretas que se hallaran en el mapa. Además de tener un sonido evanescente me exigí que fueran ciudades que de adolescente sin conocerlas las hubiera soñado y pronunciado su nombre pasando lentamente cada una de sus sílabas por los labios mientras hojeaba el atlas.
Por eso titulé esos viajes “Por la Ruta de la Memoria”. Alejandría, Nueva Orleans, San Petersburgo, Shanghai eran lugares llenos de aventuras que yo había realizado durante los sueños.

Tokyo (東京) es una de esas ciudades que siempre han paseado por mi memoria. Como dice mi amigo Fer: no importa lo que hayas leído, lo que hayas visto o lo que te hayan contado. Hay que estar allí para verlo. Si no te importa llegar un día a la estación de Shinjuku en hora punta y soportar los empujones de cientos de personas, Tokyo es tu ciudad.

Después de la tranquila elegancia de Kyoto y Nara, lo primero que sorprende cuando llegas es la sensación de urgencia que lo invade todo. Cada elemento dentro del sistema circula intentando buscar la vía más rápida a su destino. La siguiente sensación es de cierto vértigo y estrechez: existen zonas abiertas, por supuesto, pero cada espacio parece medido al milímetro, aprovechando el espacio disponible. La sensación se acelera con las autopistas en altura que cruzan la ciudad, la situación de encajonamiento se agrava, con carriles más pequeños de lo habitual donde hasta el arcén desaparece para economizar espacio. Aspectos negativos de las grandes áreas metropolitanas.

Sin embargo, la ciudad produce esa sensación placentera del anonimato, del desconocimiento. Tokyo es una ciudad increíble, una de las metrópolis más bulliciosas y activas del planeta. He visitado otras grandes ciudades como París, Londres, Moscú o El Cairo y no tienen nada que ver. Tokyo tiene absolutamente de todo: puedes encontrar casi cualquier cosa a cualquier hora del día. Sin embargo, en medio del aparente caos, todo tiene su razón de ser. Es un caos organizado. Ya sé que suena paradójico, pero es así. El complejo entramado del metro te invita a perderte, a alcanzar alguna pequeña estación de algún lejano barrio y pasear sin rumbo fijo. Y eso a pesar de que apenas hablan inglés, con lo que unos conocimientos mínimos de japonés son imprescindibles para descifrar paradas de metro o comunicarte. En ocasiones, tu frustración es comparable a la de Bill Murray en “Lost In Traslation”.

Acercarte hasta el distrito de Asakusa, que cautiva la atención de los visitantes con sus coloristas y pequeñas tiendas que venden de todo, desde recuerdos hasta panecillos dulces y muñecas. Al final del largo paseo, puedes encontrar -en el corazón mismo de la gran ciudad- un majestuoso templo y su pagoda de cinco pisos, donde puedes encontrar una atmósfera totalmente diferente: un enorme espacio abierto, con multitud de personas de lo más diverso. Turistas mezclados con peregrinos echando monedas en los limosneros o quizás comprando papeles o-mikuji, en los que se predice el futuro. De allí un paseo por el río Sumida, el atardecer reflejado en las montañas de apartamentos que lo flanquean, se escapa en la noche hacia el barrio de Ginza. Neones, publicidad, impacto visual: el Tokyo eléctrico. Y es que Tokyo es una ciudad deliciosa por su monstruosidad. Es encantador conocerla a pie de calle: convertirse en un tokyota. Es necesario ir en modo esponja. En algún momento, sientes que tienes cualquier cosa al alcance de tu mano. Degustar un delicioso ramen en un puesto callejero, perderte en la inmensidad de Shinjuku, descubrir la fascinante experiencia de las tiendas a 100 yenes o ir al barrio de la tecnología, Akihabara. Tú decides.

Algo que también sorprende muchísimo es la cantidad de gente que hay en cualquier sitio que vayas. Con una población de 14 millones de personas (y 28 millones en todo el área metropolitana), su densidad de población es la más alta del mundo con 14.000 personas por km2. Sin embargo, es curioso como, con la multiplicidad de espacios públicos, carecen de esa “familiaridad” que tenemos los españoles. Es habitual ver una terraza llena de mesas con una sóla persona y esto impacta nuestro concepto de espacio “compartido”. La individualidad, la intimidad y discrección se exageran como barreras a la comunicación interpersonal. Es una de las cosas que menos me gusta de Japón. Servidos en monodosis que impiden el establecimiento de relaciones sociales.

Quizá como estamos acostumbrados a los excesos del contacto y de la proximidad física, para nosotros el lenguaje corporal se reduce a algunos gestos obvios. Pero en Japón ocupa un lugar de privilegio en las formas de relación social. Los apenas perceptibles gestos con la cabeza como signo de respeto lo atestiguan. Incluso se convierten en gestos contagiosos cuando te sorprendes una y otra vez gesticulando como ellos. Es importante no violar sus espacios, infranqueables para los desconocidos.

En definitiva, Tokyo es la ciudad más interesante donde he estado. Más allá de las guías de ciudades o países, un viajero busca encontrarse con su capacidad de sorpresa y con sus emociones. Algún día os hablaré de otras ciudades que han paseado por mi memoria…

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