Por favor y gracias, palabras básicas en la vida profesional

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Hace unos días, hacía la siguiente reflexión en Twitter, sobre cómo solemos manejar nuestras relaciones profesionales:

Las palabras tienen un gran impacto y un enorme poder. Entre ellas hay algunas palabras mágicas, como Por favor y Gracias, que abren muchas puertas. A veces, comunicarte asertivamente es complicado. Me pasa continuamente, muchas veces no resulta fácil encontrar palabras que expliquen tus ideas sin herir o molestar al destinatario. En esos casos, Por favor y Gracias suelen ser comodines de mucha utilidad.

Por favor y gracias, algo que también se va perdiendo en las relaciones profesionales. Muchas veces, ni siquiera hace falta decirlas explícitamente, basta una sonrisa o un gesto de agradecimiento. Sin embargo, la mala educación triunfa. El respeto (ojo, sin caer en pleitesía) con el cliente, la amabilidad con el proveedor o tu compañero de trabajo están en desuso. Triunfa la idea que es mejor pedir perdón que pedir permiso.

Mis padres me enseñaron a tratar de “usted” a los adultos que no eran familiares (o amigos muy cercanos). Podrá parecerles carca, pero algo tan sencillo te ayuda a medir distancias. Es muy útil para distinguir entre el trato formal e informal, cuando acercarse con más confianza o cuando conviene guardar las formas. “Cuando pidas la ayuda de alguien, hay que hacerlo con respeto. Y agradecerlo cuando te la conceden.”, decía mi madre. Seguro que han tenido esa extraña sensación al recibir un correo electrónico solicitando su ayuda, sin siquiera incluir un simple saludo o un “Por favor” en el mensaje. O han echado de menos un agradecimiento sincero al ayudar a alguien.

A todos nos gusta que nos consideren, nos pidan permiso y nos agradezcan lo que hacemos. Pedir permiso o dar las gracias son un arte. Cuando agradecemos estamos reconociendo el trabajo, la ayuda, la importancia que tiene lo que han hecho por nosotros. Pero no, mucha gente piensa que el mundo está en deuda permanente con ellos, que pueden ir avasallando con su prepotencia.

Un denominador común de las personas que más me han enseñado profesionalmente es que saben escuchar. Escuchan a todo el mundo y, luego, toman sus propias decisiones. Incluso aunque, de primeras, pueda parecer que alguien no tiene mucho que aportar, escuchan su opinión y la valoran. Simplemente, se trata de educación, respeto y consideración hacia los demás. Probablemente, por ese motivo a casi todos ellos les vaya bien.

Créditos de la fotografía: Karrie Nodalo en Flickr (bajo licencia Creative Commons)

Razonablemente bueno, el pragmatismo como vara de medir

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Algo común en desarrollo del software es enfrentarse a los detalles. Bueno, en muchas otras disciplinas también, pero nos centraremos en ésta.

Ando leyendo el libro Release It! (“Lánzalo” o “Libéralo”, en alusión a poner en producción el software desarrollado), todo un tratado de pragmatismo en desarrollo de software. Una idea que repite continuamente:

“Feature complete” is not the same as “production ready.”

Algo que olvidamos demasiadas veces. Es frecuente encontrar desajustes entre lo que una aplicación (o proyecto) promete y lo que luego realmente es capaz de hacer.

Sin embargo, en muchas ocasiones, la perfección requiere “demasiado” tiempo, así que conviene encontrar un punto intermedio. Pragmatismo al tomar decisiones y resolver problemas. Pragmatismo en diseño, en usabilidad, en rendimiento, en modelar la base de datos, incluso en la misma forma de programar. En algunas ocasiones podrás dejar todo niquelado, otras será imposible. Hay que enfrentarse a que tengamos que hacer algo cutre. No se trata de ocultarlo, sino de reconocer que puede ocurrir. Dejar algo de deuda técnica es inevitable, especialmente en equipos pequeños.

Por suerte o desgracia, Pareto funciona como un reloj: “el 20% de lo que haces genera el 80% de los resultados”. Y, lo que es más crítico, la viceversa también se cumple.

Es importante encontrar ese 20% lo antes posible, tu punto de “razonablemente bueno”. Acertar supone ahorrar mucho tiempo.

Créditos de la fotografía: Mr Ush (bajo licencia Creative Commons)

Regulación como señal de fracaso del sistema

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Ayer hubo un terremoto mediático con la noticia de la intención del Ministerio de Hacienda de regular la actividad de financiación colectiva (o crowdfunding, en inglés). Algunas plataformas como Lánzanos ya han reaccionado al respecto. La información, por el momento, es bastante confusa, pero se han filtrado algunos datos: los proyectos no podrán pedir más de un millón de euros, cada ‘mecenas’ no podrá gastarse más de 3.000 euros en un solo proyecto ni más de 6.000 en un año o que las plataformas tendrán que estar controladas por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV).

Esta mañana, Juan Macías escribía un artículo haciendo una reflexión en positivo, planteando algunos motivos para aplicarlo. Léanlo, tiene razón en varias cosas. Por ejemplo, en la necesidad de que los promotores de estos proyectos estén “válidamente constituidos en España”. Sin embargo, otros puntos que siguen sin estar claros, los he comentado con Juan Macías por Twitter.

Juan aplica su razonamiento a Kickstarter, la plataforma de financiación colectiva de mayor éxito en Internet, donde explica que el volumen de fraude (tanto de inversores como de invertidos) es creciente. En mi opinión, antes de regular convendría valorar cuánta actividad de financiación puede ser considerada como fraude o blanqueo de capitales. Si quieren conocer cómo se producen algunos fraudes en Kickstarter, lean esto. Es sencillo defraudar en Kickstarter, porque sólo se valida la tarjeta de crédito, pero no se comprueba si hay fondos suficientes. Y también es posible revertir el cargo a la tarjeta.

Desconozco si hay números -absolutos y relativos- del volumen de fraudes en estas plataformas, pero dudo que sea tan significativo. Y, en todo caso, que las plataformas tengan un sistema contra las estafas (algo deseable), no justificaría regular de ese modo la actividad. De hecho, ante los casos detectados en Kickstarter, la misma Lánzanos explicó cómo en su funcionamiento, a diferencia de la plataforma norteamericana, son ellos quienes realizan los cobros directamente y aseguran el pago.

También argumenta Juan que esa regulación sólo perjudica a un mínimo porcentaje, pero da tranquilidad a la mayoría. Personalmente, la regulación me genera preocupación, no tranquilidad. Si algo necesita estar regulado, es que asumimos que está fuera de control. Y es preocupante cómo puede afectar esta regulación a decenas de plataformas pequeñas y medianas que ejercen su actividad en este ámbito. No es razonable que reclamemos mayor apoyo a empresas y emprendedores y, acto seguido, nos permitimos el lujo de cambiar sus reglas de un plumazo, abocando a muchas a la desaparición.

En cualquier caso, si el objetivo es minimizar los fraudes, ¿no estamos creando una regulación artificial como prevención? ¿No es matar moscas a cañonazos? ¿Por qué regular la cantidad que yo mismo, como ciudadano, decido voluntariamente que quiero aportar? Sinceramente, se me escapan los beneficios frente a sus inconvenientes, igual los lectores/as pueden aportar algo más de luz. Como dice Simón González de la Riva, “como hay robos en las calles, limitemos las calles. Como hay quien invierte mal, que no invierta nadie.”

Últimamente, ando centrado en estudiar los sistemas complejos y su aplicación en la gestión organizativa. Uno de los autores más destacados, Deming, afirmó que “el 95% del rendimiento de un sistema obedece a causas del propio sistema y solo un 5% se pueden atribuir a las personas”. En un sistema auto-regulado, que empezaba a funcionar como alternativa de financiación a la banca, se aplica una regulación que limita al propio sistema. Y el supuesto beneficio es evitar un posible fraude. ¿No es contraproducente intermediar? En términos sistémicos, hay enormes diferencias entre tratar de regular (controlar) un sistema y ayudar a que se auto-ordene. La mayoría de los gestores (véase nuestros políticos) tratan de controlar creyendo que es la forma correcta de dirigir y, paradójicamente, cualquier intención de control genera más desorden. Los problemas derivados del aumento de la complejidad (regulación) son muy superiores al posible beneficio.

Una mayor regulación no es señal de éxito, sino de fracaso del sistema.

Créditos de la fotografía: Rocío Lara (bajo licencia Creative Commons)

Startups extractivas: de la masculinidad al abuso injustificado del inglés

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Este pasado fin de semana he tenido una relación algo turbulenta con el mundo del emprendimiento tecnológico.

Por un lado, se celebró por aquí Startup Open Space (SOS) Zaragoza 2014. Seguí con atención el evento por Twitter porque la lista de asistentes era prometedora, gente con mucho que decir y no defraudó. Bastante actividad en redes sociales, con buenas ideas en las charlas simultáneas.

Sin embargo, una vez más, ocurrió algo recurrente en eventos tecnológicos: la presencia de mujeres fue escasa. Si acudes habitualmente a eventos de este tipo, rápidamente lo percibes. Pero por común, no deja de ser desalentador e incluso preocupante. Algo estamos haciendo muy mal si no conseguimos que vengan a estos eventos, se interesen y participen. No solamente tecnólogas, sino diseñadoras, especialistas en posicionamiento, marketing o producto. Incluso gerentes o responsables de equipo, aunque no tengan una formación tecnológica reglada. La tecnología tiene una huella masculina muy potente, como bien explica Analía Plaza, y no tiene fácil resolución a corto plazo, la realidad es tozuda. Sinceramente, parece un estereotipo manido pero, incluso en sectores incipientes y claramente meritócraticos, seguimos anclados en la misma dinámica de siempre.

Por otro lado, ayer mismo David Bonilla anunciaba Camaradas del Metal. Es otro proyecto que, sinceramente, me parece una iniciativa loable y muy necesaria: construir un foro en castellano donde compartir problemas comunes al sector tecnológico y aprovechar la “inteligencia colectiva” de la comunidad para encontrar soluciones. Sin embargo, me sorprendió la gran cantidad de entradas con anglicismos. Algunos ejemplos que me llamaron la atención: “Notificar nuevas features a usuarios”, “Backbeam para gente biz” o, mi favorito, “Soft launch de iOS apps en mercados no core“. Creo que se entiende la idea.

Así que, siendo un foro en castellano, lancé la cuestión a los promotores vía Twitter, con escaso éxito -y cierta indiferencia en su respuesta, dicho sea de paso-. Por supuesto, veo razonable utilizar tecnicismos o anglicismos en aquellos ámbitos donde esté comúnmente aceptado. Por ejemplo, véase el uso de startup en el título en vez de “empresa con un modelo de negocio sin validar”. Pero, sin pretender ser dogmático y asumiendo lo extendido del inglés en este sector, sustituir sin más una palabra en castellano como “característica” por un anglicismo como “feature“, me parece un error. De “Soft launch” ni hablamos. Quizá es el lenguaje general del sector (que lo dudo, porque pertenezco a él). O quizá es algo más identitario, una forma de demostrar que perteneces a un grupo más competente e internacional.

En definitiva, discriminación segmentación por género e idioma. Haríamos bien poniendo cierto cuidado en que los eventos tecnológicos no sigan siendo un coto reservado a hombres. Y en velar más por el cuidado de nuestra lengua, que es suficientemente rica y no desmerece al inglés en muchos casos. En el fondo, como apuntaba Dijkstra, una señal de programador competente es dominar tu propia lengua materna, además de tener una cierta inclinación matemática.

Créditos: Paul Nicholson

ACTUALIZACIÓN (28.02.2014): Relacionado con el tema de la desigualdad entre hombres y mujeres, lean este artículo sobre la presencia femenina en el Mobile World Congress 2014.

Hacia el know-why

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(Este post se publicó originalmente en el blog de OneNorth)

Una de las ideas con más recorrido que hemos oído últimamente se la escuchamos a Paola Fatás, una doctora e investigadora en química, que promueve aplicar en la empresa un método similar al científico. Y lo hace desde el convencimiento que sólo podemos valorar aquello que conocemos bien. Por tanto, entender el “por qué” (know-why) nos permite conocer el “cómo” (know-how) para desarrollar nuevas soluciones, y avanzar en el camino hacia la innovación.

El concepto de “know-why” lo vimos por primera vez en “Compete on Know-Why, not Know-How” de Alan Richardson:

Do you know why you make the products or offer the services you do? Too often I find that companies don’t have a clear enough sense of why they do what they do. They get stuck making incremental improvements that are rooted in existing competencies, markets, and business models.

This is especially problematic when companies decide to innovate. If you don’t have a clear understanding of why you are pursuing an innovation, you risk being wasteful and ineffective, and could lack strong differentiators from incumbents. On the other hand, clear, deep, relevant insights help you stay one step ahead of competitors who may try to imitate your creations. If they can’t replicate the thinking driving your innovations, they’ll be doomed to “me too” status.

La tesis de Richardson, aplicada a un análisis de innovación, es que un entendimiento profundo de por qué se hacen las cosas puede ser una fuente sostenible de ventaja competitiva, ya que ese “por qué” (compuesto por unos ‘core insights’ que no son siempre evidentes) es mucho más difícil de imitar que las capacidades del “know-how”. Es un razonamiento similar al modelo del círculo dorado de Simon Sinek:

En el ámbito organizativo, tener un por qué es clave. “People do not buy WHAT to do, they buy WHY you do it”, remite Simon Sinek continuamente. Aglutinar a los equipos en torno a un propósito compartido, contribuye a movilizarnos y aporta estabilidad a la organización. Casi todas las organizaciones se preocupan por mantener su saber hacer (“know-how”) con mejoras incrementales y son muchas menos las reflexionan acerca de su “know-why”-lo que en realidad les mueve a la acción-, a pesar de que este factor tiene, al menos, igual importancia.

En el ámbito de gestión, la complejidad actual requiere que revisemos si nuestras soluciones son las óptimas y si el contexto del problema para el que se diseñaron, sigue vigente y fundamenta su eficacia. Y las personas, como decía Deming, todo lo que necesitamos saber es POR QUÉ nuestro trabajo es importante. Pero también cada persona tiene su responsabilidad: demasiadas veces, obviamos preguntarnos el por qué de las cosas y responder nuestras propias preguntas. Cuestionamos muy poco las razones por las cuales hacemos esto o aquello, sin observar si existen otras opciones.
Cuando empiezas a cuestionar desde la humildad lo que otras personas están diciendo, te sorprendes de la cantidad de información que contradice lo que muchos dan por sentado. Es común ver que existe información errónea que pasa de boca en boca y que todos aceptan sin verificación alguna. Plantearte porqués y pensar por ti mismo no significa que vayas a acertar todo el tiempo, sino más bien que tomas decisiones basadas en tu propio razonamiento y experiencia.

Es importante introducir ese elemento adicional que nos permita provocar, revisar y potenciar nuestra propia capacidad de generación de know-how: el know-why. Realmente se percibe una relación clara entre ese elemento y el modelo de organización que trabajamos en OneNorth. Habrá que seguir explorándolo.

Créditos de la fotografía: Asparukh Akanayev en Flickr (bajo licencia Creative Commons)